Recuerdo de fotografía


Toma la cámara. Espera que esta vez la imagen le salga única. Escoge el lugar. Observa el foco. Programa el tiempo. La coloca en el corral de troncos. Flash. Ve la cámara. Una imagen aceptable. Piensa en las imágenes de la pared de su cuarto. Recuerda en la primera que compró un póster cuando era un joven de secundaria. Un muchacho en busca de personalidad y carácter, recuerda. Ve por primera vez el cuadro en la avenida principal de la ciudad, el lugar de las ventas de piratería y mercancía para las personas de bajos recursos. Se enamora del cuadro. No lo duda y lo compra. Le gusta ver a su personaje favorito de frente. Así como lo vio en la tienda. El lugar que escoge es frente de su cama. Una foto donde está con sus camaradas. Así, como él se llama con sus cuates de barrio y de escuela.

Ahora, ya un joven graduado. Recuerda las aventuras de sus cuates, sus camaradas de barrio. Les decían los “revolucionarios” por estar en contra de todos. Ellos eran los primeros que levantaban el griterío al momento en que un maestro no daba bien la clase o se ponía pendejo. Porque no les gustaba que las autoridades seguían el camino del despotismo. Decían, “su época de maldades ya se acabo”.
Sigue caminando. Ha seguido la terracería por más de tres horas y no llega. Ve las rancherías, sus endebles casas. Vacas buscando pasto hasta por debajo de las piedras. Topa a un anciano, pregunta, “a qué distancia esta la cabecera municipal”, el viejo le dice, “pasando esta lomita donde mires unas vacas en el camino”. Dio las gracias y siguió caminando.
Al momento de seguir el camino recuerda la huelga de campesinos en la que participó y ayudó a las personas a escribir las pancartas y dar pláticas sobre derechos ciudadanos. Recuerda la frase, del cuadro, ‘su camarada’: “La revolución se lleva en el corazón no en la boca para vivir de ella”. Eso tenía ya algunos años, acababa de ingresar a la preparatoria. Ahora que sale y se encuentra en el camino de terracería y las condiciones de vida de la gente de los pueblos es siempre el mismo, le da coraje ver, lo mismo de siempre.
Llega al pueblo. La recepción fue grata. Era como ver la última maravilla del mundo. Se da cuenta, ahora, de lo que en verdad pasa. Pregunta por el mayor del pueblo o, la persona que pueda conducirlo a un lugar cómodo. También menciona que sea una persona respetada por todos. Dice que necesita descansar y lo cita en la mañana siguiente.

Tocan la puerta. “Soy la persona que mando a llamar”. Abre y ve al anciano del camino. Al primer vistazo se sorprende, pero se acerca a él y le dice. “Necesito hablar con usted sobre la gente y, sobre algunas ideas de un viejo amigo”.
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Pedro de Alcaraz
Nota: Salió en el suplemento cultural "El Hacedor" del diario de Chiapas. Me gustó, ¿cuál es tu opinión acerca de este texto?

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